lunes, 1 de julio de 2013

Un jefe de Protocolo no es un organizador de bodas

Rafael Vidal y Gómez de Travecedo, licenciado en Derecho, jefe de Protocolo de la Diputación de La Coruña, y presidente de la Asociación de Técnicos de Protocolo de Galicia, la más antigua de España, en su clase, sabe de lo que habla cuando afirma que un evento no es una ceremonia. Rafael no tiene el grado de Protocolo ni creo que piense tenerlo nunca. Claro que para algunos, no pertenece a la nueva profesión real. Para algunos.

El proceso comercial-reduccionista que pretende reinventar, con varias líneas de producto, la profesión de Protocolo, convirtiéndola en un sindicato de actividades diversas, pese al corifeo que lo acompaña no va a ayudar en nada a los fines que dice perseguir.
Pondré un ejemplo para que se entienda mejor qué quiero decir. Y recurriré a un símil militar. En la guerra, los Estados Mayores, planean, desde una perspectiva global, una determinada acción; es decir, estratégica. Y para ejecutarla, se cuenta con las unidades tácticas (en el caso concreto de España, la unidad táctica básica de Infantería es la brigada, formada por batallones, éstos por compañías, éstas por secciones, y éstas por pelotones, los pelotones por escuadras y las escuadras por individuos. En cada escalón, un mando, desde general a cabo.)
La estrategia diseñada por el mando se convierte en acciones tácticas que desarrolla cada escalón siguiente y subsiguiente para alcanzar los objetivos marcados. El jefe de Protocolo es como un general, un estratega, con visión general de los objetivos del acto o la ceremonia que debe llevar a cabo. Su función no es colocar las sillas ni organizar el refrigerio. Su función es diseñar, de manera estratégicamente global, el acto y encargar a los escalones subsiguiente todos los pasos, tácticos, para llevarlo a cabo.

Pero por el camino que vamos parece que quieren convertir al jefe de protocolo en un organizador de bodas y bautizos. Y no es eso. Un estratega puede organizar una batalla, pero también una acción civil de desplegar una unidad en socorro de una emergencia. Su perspectiva le permite concebir los planes y demandar o disponer los recursos en orden al éxito de la acción a emprender.
Como su visión es global, su formación debe serlo. Casi resulta pintoresco la imaginación creativa de los circuitos comerciales para inventarse carreras, salidas, especializaciones y pretendidas novedades de lo que no es otra cosa que lo mismo. Como profesor de Comunicación institucional y corporativa debo confesar que me asombra la naturaleza de algunas cosas que se anuncian por ahí con imaginativos reclamos presentando inventos realmente curiosos.
Por ejemplo, un director de comunicación, tanto de una institución como de una entidad o empresa, funciona básicamente a partir de los mismos esquemas, determinados por los objetivos a cubrir, los medios con que cuenta, los públicos a alcanzar, y la respuesta y prevención ante situaciones de crisis, relaciones con los entornos y eventualidades. Un buen director de comunicación, como demuestra la experiencia, puede estar hoy en una fundación privada y mañana en el Tribunal Supremo. Dentro de ese mundo, el trasiego es muy fluido, variado y permanente.

Quieren quieran creerse las milongas pueden descubrir algún día la cruda realidad. Yo espero que los profesionales de Protocolo, las asociaciones que los engloban, los profesionales solventes, no estén dispuestos a echar por la borda el valioso capital que poseen, generado por el trabajo y la experiencia de la profesión real, la verdadera.

 

 

Los profesión real del Protocolo


Siempre he sentido gran respeto y admiración por los por los profesionales del Protocolo que conozco, en todo el mundo, por cierto, desde Buenos Aires a Roma, por ser personas de especial sensibilidad, sentido de la perfección y prudencia. Diría que poseen una especie de ADN social común. Como repetidamente he contado, yo no soy un profesional del Protocolo, sino del periodismo y la docencia, y mi aproximación a este mundo ha sido académica e investigadora, a partir de mis responsabilidades en el ámbito de la comunicación institucional. Ello generó mi vinculación extensa y creciente, por un lado, con la Organización Internacional de Ceremonial y Protocolo; así como a la investigación, las publicaciones y la formación universitaria superior (posgrados y cursos de especialización) en Universidades de España y América hispana, a las que estoy vinculado desde hace tiempo.
La profesión de Protocolo o los profesionales del Protocolo son una realidad solvente, presente, conocida, ejerciente y visible. Y esos profesionales lo son, no por poseer una patente administrativo-académica, sino per se, porque lo confirman cada día con sus actos, con independencia de la formación de origen que es variada: desde La autodidacta a la reglada.
Hace unos días, leí con estupor que alguien escribía que, “a partir de ahora se va a configurar la verdadera profesión del protocolo”. O sea, que aplicando la teoría de los contrarios, podemos deducir que, si a partir de ahora se va a forjar la profesión verdadera, es que la actual profesión es falsa, inexistente, quebrada, espejismo o algo peor. Claro que hay que ver la segunda parte, la verdadera profesión se va a articular, a partir de una condición habilitante; esto es, la patente, divisa, carné o santificación que expide, entre otros, naturalmente, el autor de tal aserto.

Desde el punto de vista del marketing, que uno quiera vender su producto es legítimo y no menos el uso de técnicas publicitarias para captar clientes, sobre todo, porque en nuestra cultura se admite la exageración publicitaria.
Pero, ¿qué pasa con los verdaderos profesionales del Protocolo que ya lo son y no sólo no precisan grado alguno para serlo, sino que incluso se formaron por otras vías en las que incluso participó –y participa- el mismo que ahora los reduce a una condición de no existentes? La cosa está clara: para confirmarse, para ser ungidos, lo tienen fácil: compren la patente. Las publicidades, y a ella me remito, lo ponen fácil: pasarelas, convalidaciones, cursos express,  lo de los niveles requeridos para poder un nivel universitario se solventa dentro, del lote, y en un pis pas, ya está, convertido, graduado, profesional real. Pero la sobreoferta tiene el riesgo de devaluar por exceso el producto principal, la nueva carrera a la que tantos han optado ilusionadamente.

Pero me temo que la realidad es contumaz: con el Protocolo pasará –y pasa- lo mismo que con el Periodismo y las Relaciones Públicas, aunque lo ideal es que con tiempo se extienda de manera generalizada la formación académica superior (específica, es decir, a través de una carrera matriz; y derivada, esto es, otra carrera y formación complementaria de posgrado o especialización). Los que ya poseen o van a poseer el grado de Protocolo tienen que procurar ser los mejores, y es aconsejable que se convenzan de una vez, que del mismo modo, sin duda, que ellos podrían –si cuentan con los recursos adecuados- optar a determinados empleos en el mundo de la comunicación, en el suyo específico tendrán que competir con los egresados de otras carreras bien con perfiles específicos (los graduados en Relaciones Públicas) o de cualquier otro tipo con un pos grado, propio u oficial, por una universidad solvente.

La ciencia de la organización de eventos, hablemos en serio

Me temo que no va ayudar nada a que la comunidad científica acepte que se puede desarrollar una verdadera ciencia, como se entiende como tal, el estudio analítico del protocolo y sus actividades relacionadas, la desaforada invención que han puesto en marcha determinados sectores privados relacionados con este mundo. Ni todo es ciencia ni todo puede ser considerado ciencia. Un zapatero puede ser un excelente componedor de calzado, pero lo suyo no es una ciencia, sino una habilidad o si se quiere, hasta un arte menor o artesanía…Un organizador de bodas puede ser un excelente gestor de las contratas para estos menesteres, pero eso no tiene ciencia, ni es ni será una ciencia.

Están realmente desbocados. Lo más insólito, es que desde planteamientos comerciales y de marketing se pretende abanderar, qué digo, ser los creadores de una doctrina, en la que invocan sin rubor términos como universitario y científico. Como se sabe, hay dos grandes corrientes de pensamiento en torno a la ciencia. El más común la define como un conocimiento racional, probable, verificable, cierto, obtenido mediante un método sistemático. Otros autores añaden como variable la posibilidad de error. La sociedad avanza a partir del conocimiento científico, pero sobre, las ciencias sociales, no sin infalibles.
La ciencia, la ciencia social, explica y analiza los sucesos sociales, extrae conclusiones y formula modelos. Descompone los hechos y trata de explicarlos metódicamente. Pero no es un cajón de organizador de eventos donde vale todo. No.

Yo me pregunto si a alguien con sentido común se le puede ocurrir que vaya a desarrollarse una ciencia sobre la organización de bodas, la organización de un concierto de rock o cosas semejantes. A las diferentes ramas de las Ciencias de la Comunicación les cuesta mucho trabajo avanzar y consolidar sus posiciones en el universo del conocimiento. Venir ahora con pamplinas, para dar cobertura científica a lo que no pasan de habilidades más o menos operativas denota el grado de desquiciamiento que reina en algunas entidades que cada día inventan un producto nuevo.
¿Se imaginan una tesis doctoral que se titulara: “Epistemología de la boda. El banquete nupcial y sus variantes socioculturales. Del merengue a la nata montada”.

Otro título “Heurística de los Premios Goya. El largo de falda de las actrices como elemento determinativo de mensaje postmoderno”
Y todavía un tercero: “El discurso presidencial en el almuerzo de la junta general de una sociedad por acciones. Prosodia y casuística del balance como género literario”.

Vamos a ser serios.

 

 

 

 

 

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¿Podemos considera el Protocolo como una ciencia?


 La nueva ubicación del Protocolo como carrera universitaria, con todos los niveles previstos, obliga a un replanteamiento de su consideración como mera técnica formal al servicio de la imagen y la representación simbólica de las instituciones y los organismos, a través de los actos públicos. Su inclusión entre las carreras tradicionales de la Comunicación, de mayor abolengo y trayectoria, requiere dotarla de líneas de investigación rigurosas que supere la mera casuística meramente descriptiva de ceremonias y ritos, para profundizar en el estudio social, jurídico e histórico de los elementos que la conforman. Al convertirse en una carrera específica debe desarrollar, para serlo, su propio ámbito científico.

Fue en la Universidad de Sevilla, donde la Doctora María Teresa Otero Alvarado presentó la que puede ser considerada primera tesis con el rigor y la calidad de una verdadera investigación sistematizada, si bien su contenido se apoya en un desarrollo diacrónico a través de otras ciencias, especialmente la historia. Desde entonces, ya son muchos los investigadores que se han adentrado por este camino con variada suerte, pero siempre con notable afán de dar a sus trabajos la máxima calidad.
Lo científico se entiende, en cada ocasión, según la conveniencia de quien lo define. De modo que corremos el riesgo de considerar como científico algo que no lo es. O al contrario. ¿Es el protocolo una ciencia como tal? Si tomamos con referencia el mercado bibliográfico, nos asalta la primera duda: existe una interminable serie de monografías al respecto que, o bien tienen un carácter de manual práctico, descriptivo de la casuística más variada, pero que no siempre profundiza en el porqué de sus afirmaciones; o bien se trata de trabajos históricos, donde el relato de episodios del pasado, situaciones anecdóticas o sucesos variados extrae consecuencias sociológicas o políticas que sí elevan el rango de la publicación.

Podríamos argumentar, en este caso, que el “Protocolo” no tiene fines propios, sino que es un instrumento para mejorar la presentación en público de las instituciones o, si se prefiere, visualizar el poder, la jerarquía y el rango de los personajes y las instituciones públicas. Por lo tanto, no pasaría de ser una técnica, pero sin los requisitos para ser considerado propiamente una ciencia. Pero quienes defienden su vigencia como conocimiento específico replican que lo mismo ocurre con las Relaciones Públicas, la Publicidad o el Periodismo, que carecen de objeto propio por sí mismos, sino que son artes al servicio de otros fines. No es menos cierto que incluso las ciencias más puras son ciencias de la utilidad; es decir, son aplicables a objetos distintos del conocimiento mismo. Dicho de otro modo, sirve para algo a la sociedad.
Por lo tanto, hemos de fijarnos si, por sus propios contenidos, el protocolo permite desarrollar una teoría científica a partir de los postulados ordinarios del trabajo intelectual. Este paso nos lleva a situarlo dentro de otra concepción de la Ciencia como recopilación de técnicas y métodos que nos permiten organizar de forma objetiva y accesible un conjunto de información, que puede ser adquirida a través de la experiencia o de la deducción. Entonces será una ciencia.

Hemos de ubicar necesariamente el protocolo en el territorio de las llamadas “Ciencias Formales” que, como su nombre lo indica, estudian las formas. Y nuestros hechos son los acontecimientos sociales de cierto rango, no los hechos naturales; pero que están sometidos a unas determinadas reglas, usos y tradiciones formales, expresados a través de la etiqueta y el ceremonial, muchas veces sustentado en la tradición y en los usos sociales consolidados.
Con todos estos antecedentes, será posible construir una verdadera Ciencia del Protocolo en la medida que se sigan los parámetros fundamentales para construir un genuino saber científico. Partir de hechos ciertos, investigarlos y obtener conclusiones. Analizar y desmenuzar esos hechos, estableciendo relaciones entre ellos, tratar de descomponerlos, de entender sus componentes; intenta descubrir los elementos que componen cada totalidad, y las interconexiones que explican su integración. Los resultados han de ser expuestos con claridad y deberán ser verificados.

 

Una reflexión para construir la ciencia del Protocolo


La reflexión intelectual es el camino que convierte una actividad profesional en una ciencia al dotarla, a partir de la experiencia, de los elementos de contraste (y controversia) que la definen y enriquecen. Desde la observación de los fenómenos sociales se formulan hipótesis que van dando lugar a teorías contrastables o tesis, que a su vez van fijando los contenidos de esa nueva ciencia. Ese es el camino siempre. Ese ha de ser el de la ciencia del Protocolo.
Dentro de la familia de las Ciencias Sociales y de la Comunicación, en algunos casos, se ha advertido una cierta precipitación, como si se fuera a construir la casa por el tejado, por eso es bueno poner los pies sobre la tierra y replantearse, más allá de la mera casuística cotidiana, la epistemología profunda de las cosas. Para que una práctica profesional se desgaje de la familia intelectual que la aloja es preciso que se desarrolle como ciencia, y eso no se logra solamente porque en el Boletín Oficial del Estado se creen nuevas carreras o la ANECA la santifique, no siempre acorde con sus propios postulados. A veces, las urgencias comerciales son falsos aliados.


Son ponderables todas las iniciativas que hagan avanzar el protocolo como ciencia, corrigiendo la urgencia de algunos pasos anteriores que la experiencia ha revelado imprecisos. Siempre he dicho que, a mi entender, el planteamiento inicial de las carreras de comunicación, cuando éstas se incorporan a la Universidad en 1970, estaba bien trazado: un primer periodo de formación básica común, y un segundo de especialización específica.
En su día expresé una mera opinión intelectual, en el sentido de que, a mi entender, la aparición de la carrera de Protocolo, separada del núcleo las Relaciones Públicas, debería haber aconsejado un periodo previo de publicaciones, trabajos científicos, estudios y aportaciones que armaran la nueva ciencia más allá de la mera casuística práctica.

Se nos decía que el Protocolo no era parte de las Relaciones Públicas ni tenía ya nada que ver con ellas, sino que junto con la Organización de Eventos y sus hijuelas era ya una carrera per se, con su propio camino bien trazado. Era un planteamiento respetable, como toda idea que se expresa educadamente, pero que a duras penas resistía ser confrontada con la tozuda realidad. Por algunas cosas que ahora leo y las convocatorias que se hacen parece que se han cambiado algunos planteamientos.
Sobre este asunto se lleva reflexionando en la Universidad desde hace muchos años, como lo prueban las tesis doctorales ya aportadas, y que encabeza en número la Universidad de Sevilla. Pero, pese a que es un tema viejo en la agenda diaria de los investigadores que trabajamos en este ámbito en España, se debe subrayar que tiene como marco referente la universidad pública española. Véanse los trabajos de los doctores Dolores del Mar Sánchez, Marta Pulido, María Teresa Otero, Salvador Hernández y otros en este terreno.

Ni que decir tiene que deseo el mayor éxito científico a toda iniciativa en este terreno que debe ser bienvenida como todas las que se producen, y de las que no todos informan por igual, debido a pequeñas batallas comerciales que se rigen por las leyes del mercado, no por las de la ciencia.
Es bueno, pues, que se avance en convertir al Protocolo en una ciencia solvente dentro del conjunto de la Comunicación, poniéndolo en relación con el Derecho, la Sociología, la Historia, la Ética y la Estética, entre otras muchas. Reitero pues mis votos por el éxito toda convocatoria, pues el camino del estudio es sin duda el mejor para convertir al protocolo en la ciencia que a todos nos interesa. Y eso se lleva haciendo desde hace mucho tiempo. Que quede claro.


 

El colegio profesional de Protocolo y la empecinada realidad




Hace unos días, comentaba yo que si los profesionales del Protocolo quieren articular una verdadera profesión específica no precisan el viático –que algunos pretenden- de un estatuto jurídico que delimite de modo excluyente su actividad y menos que la única vía habilitante sea el recientemente creado grado de protocolo, ya que éste puede convivir perfectamente, como ocurre con otras carreras, con otras fórmulas y recursos formativos.
Me temo que algunos están echando las campanas al vuelo con demasiada alegría, lo que inevitablemente va a deparar más de una desilusión. Insisto en que la profesión se construirá por sí misma, en la medida en que los que la ejercen se unan y sean los mejores en lo suyo.

Las diversas carreras de Comunicación carecen de lo que técnicamente se llama “reserva de actividad” (Sólo quien posee una determinada cualificación puede prestar determinados servicios). El Protocolo, como el Periodismo o las Relaciones Públicas, es una actividad abierta. Y es una quimera imaginar que a nadie se le va a ocurrir dotarla de una singularidad que no poseen otras actividades profesionales, por muy importante –y yo creo que lo es- que ésta sea. El Gobierno –que debe desarrollar la Directiva Europea de Servicios-, acaba de anunciar que, dentro del primer semestre de 2013 se aprobará el Anteproyecto de Ley de Colegios y Servicios Profesionales, que eliminará obstáculos al acceso y ejercicio de la actividad en un número elevado de actividades profesionales.

La Comisión Nacional de la Competencia (CNC) considera necesario acabar con la colegiación obligada en determinadas profesiones por considerar que puede limitar la competencia y quiere que se redefinan las funciones de los colegios profesionales. La Comisión considera incluso que se debe disociar la unión automática de una profesión y un “título", ya que debe permitirse que profesionales con titulaciones diversas compitan en un mismo mercado, sin perjuicio de que en algunos casos el interés general justifique que una determinada profesión sólo sea ejercida por poseedores de una titulación concreta. Y eso significa que un graduado en Protocolo tendrá que competir con otros graduados y licenciados para optar a una plaza de Jefe de Protocolo de una Diputación, pero que al mismo tiempo podrá optar a la de jefe de prensa o director del Área de Cultura, para la que se requiera titulación universitaria superior.

Ante este panorama, quienes actualmente tienen responsabilidades corporativas o docentes deberían ser más realistas y no crear falsas expectativas. Los datos y las evidencias denotan que las cosas van en otra dirección a la que propugnan. Y no quiero decir que para una plaza de protocolo no se deba elegir obviamente al más capaz y mejor formado; pero puede ser un graduado en Protocolo por una universidad privada o un licenciado en periodismo, con un master en Protocolo por Salamanca.
En España, de manera más o menos restrictiva, existen 192 profesiones reguladas, pero buena parte de ellas van a perder esa condición, conforme las directrices europeas y la propia voluntad del Gobierno en cuanto a la regulación de los servicios profesionales. Actualmente hay colegios profesionales de pertenencia obligatoria o voluntaria, y además unas actividades están reguladas con carácter específico, otras exigen título universitario y otras nada de nada. Hay de todo.

La Unión Europea ha recomendado explícitamente la necesidad de aplicar reformas estructurales en España, entre las que incluye el incremento de la competencia en los servicios. La OCDE hace recomendaciones explícitas sobre la regulación de servicios profesionales y en su Informe correspondiente a 2010, concluye que se debe revisar la regulación de acceso a las profesiones liberales en España.
Los Colegios Profesionales son organizaciones previstas en el artículo 36 de la Constitución Española, dentro de la sección 2ª (De los derechos y los deberes de los ciudadanos) frente al derecho de asociación, recogido en el artículo 22 de la Carta Magna, ubicado en la sección 1ª (De los derechos fundamentales y de las libertades públicas). Pero, ¿qué pasa cuando el ejercicio de una profesión no exige la colegiación obligatoria? Pues que la colegiación es voluntaria; es decir, lo mismo que una asociación.

El Protocolo en la Universidad


Hace años que el Protocolo está presente en la Universidad, lejos de iniciativas meramente comerciales, dentro de una estrategia de marketing, respetable, como todas, en su ámbito. Desde que la Doctora María Teresa Otero Alvarado presentara su tesis doctoral, afrontado desde una perspectiva socio-histórica esta materia, han sido muchas las investigaciones de elevado nivel (y que obtuvieron la máxima calificación que se puede obtener en el máximo grado de los estudios universitarios), que han tenido como marco las Universidades de Sevilla, Complutense, Málaga, Vigo, Salamanca, Granada y otras. Yo mismo he tenido el repetido honor de presidir los tribunales juzgadores en alguna de las más recientes en las Universidades de Sevilla y Málaga.
La Universidad española, la pública, esencialmente, lleva pues muchos años investigando y dando respuesta a las grandes cuestiones que, desde una perspectiva científica, con una proyección que trasciende la de ser un mero banco de datos, a los aspectos puramente anecdóticos o casuísticos de la cuestión. Por eso, erraron quienes llegaron a afirmar que, al convertirse en una carrera específica, al reconocerle la ANECA tal carácter, le protocolo “llegaba a la Universidad”.
Quienes al margen de toda expectativa, batalla o interés comercial nos aproximamos al fenómeno del protocolo como una parte de la comunicación corporativa a institucional, observamos alarmados que, en cierto modo, se ha convertido en un territorio asilvestrado, por varias razones que expondré.

Existe una oferta de estudios, carreras, cursos y actividades más o menos regladas absolutamente excesiva, no siempre con la calidad y el contraste necesario. Es una actividad que, desde su perspectiva comercial, se reinventa cada día: se ofrecen nuevas carreras, estudios especialidades o salidas, que son lo mismo de siempre, pero, a veces, con el nombre en inglés. Se anuncian a bombo y platillo todo tipo de cursos que crean falsas expectativas, para luego no llegar a celebrarse, porque le objetivo comercial no se alcanza.
Y lo peor es que todo esto no tiene remedio. La libertad del mercado es un derecho. Por eso, al menos en el espacio público, la Universidad debe ser rigurosa, sistemática y precisa, diferenciándose de otras vías, absolutamente insólitas (y que uno no comprende que la en otros ámbitos severa ANECA tolere). La lectura de la oferta comercial de alguno de estos estudios y carreras, que pretende fabricar universitarios sin bachillerato, amoldando las normas complementarias (legítimas para quien no pudo o quiso estudiar en su día) a un previo proceso de pago que luego se convalida es sencillamente bochornoso, si se tiene en cuenta el esfuerzo que se requiere a cualquier estudiante que quiera llegar a los estudios superiores.

Así que se ha inventado una alternativa que, mediante el estipendio adecuado, facilita lo que no se ha logrado mediante el esfuerzo, la dedicación y el estudio. Y este debe ser el camino para triunfar en la vida.
El protocolo es una cuestión de moda. Al margen de mis apreciaciones críticas, hemos de saludar las iniciativas que traten de avanzar seriamente, procedan de donde procedan y se lleven a cabo donde sea, en el estudio y la reflexión. Pero, nos engañemos. Tampoco planteemos como grandes novedades cuestiones resueltas y respuestas dadas hace tiempo. Si se quiere aprender y estudiar, la base de datos TESEO brinda un enorme campo de referencias científicas, para aproximarse a las aportaciones, estudios e investigaciones de máximo nivel que ya existen sobre el protocolo.

A mi entender, vendría bien una gran reflexión colectiva sobre el presente y el futuro de los estudios, salidas, ofertas y engaños del protocolo como carrera en España, que se plasmara en una declaración o manifiesto solemne de los agentes seriamente implicados en este proceso que cribara el grano de la paja y pusiera a cada uno en su sitio. Pero eso no va a ocurrir. Cada uno ya sabe el que ocupa.

La construcción de la Ciencia del Protocolo (con seriedadLa construcción de la Ciencia del Protocolo (con seriedad

La construcción de una Ciencia del Protocolo debe partir de la delimitación de su ámbito de estudio sin pretender abarcar o extenderse de otros ámbitos de los que ya se ocupan otras familias de conocimiento dentro de las Ciencias de la Comunicación. En este sentido, es preciso reorientar las propias definiciones de la carrera matriz y recomponer las salidas profesionales hacia las que se orienta la utilidad práctica de su conocimiento. El enfoque científico para la crear una Ciencia del Protocolo es un proceso sistemático, disciplinado y controlado. Se basa en observaciones empíricas, arraigadas en la realidad objetiva.

 La Ciencia del Protocolo no puede construirse aisladamente de la Historia, la Sociología o la Política como apoyos fundamentales. Es por tanto, una Ciencia de síntesis al servicio de la excelencia en la presentación de los actos humanos en el espacio de lo institucional, la empresa, las corporaciones y las entidades públicas.

 La definición moderna de Ciencia la considera “todo conocimiento de la realidad en sus causas, y dotado de un instrumento específico, el método, que le permite alcanzar sus fines”. El Protocolo es una ciencia de resultados, que se expresa, de manera muy diversa, según las distintas culturas, pero que coinciden en el concepto de la “intuición de lo correcto”; es decir, del comportamiento humano adecuado y tempestivo en determinados actos y acontecimientos de la vida social, especialmente de aquellos que tienen un carácter simbólico, ritual o conmemorativo.
¿Estamos pues ante una materia que nos ofrezca elementos suficientes para la investigación científica? Giddens sostiene que muchos aspectos de la vida social que, aparentemente, sólo interesan a un individuo, son en realidad, cuestiones generales. La Sociología, o mejor el estudio sociológico de una materia, nos permite ver el mundo, a través del propio asunto, desde diversos puntos de vista.

Es pues en este terreno, considerando que el Protocolo se instala dentro de los objetivos de comunicación de las entidades, las empresas y las instituciones, donde, a nuestro entender, se abre un campo inmenso de posibilidades para convertirlo en una disciplina plenamente científica, con elementos propios, que permita formular una teoría diferenciada y que lo eleve del rango de técnica auxiliar al servicio de la imagen de las instituciones.
Con todos estos antecedentes, será posible construir una verdadera Ciencia del Protocolo en la medida que se sigan los parámetros fundamentales para construir un genuino saber científico. Partir de hechos ciertos, investigarlos y obtener conclusiones. Analizar y desmenuzar esos hechos, estableciendo relaciones entre ellos, tratar de descomponerlos, de entender sus componentes; intenta descubrir los elementos que componen cada totalidad, y las interconexiones que explican su integración. Los resultados han de ser expuestos con claridad y deberán ser verificados. Para ello se deberá partir de un trabajo metódico y planificado. Ha de construirse una ciencia sistemática, no un manojo de informaciones inconexas. Ha de ser capaz de ubicar los hechos singulares en pautas generales, y los enunciados particulares en esquemas amplios.

 Una verdadera Ciencia intenta explicar los hechos en términos de leyes, y las leyes en términos de principios. Procura responder al porqué ocurren los hechos, cómo ocurren y por qué no ocurren de otra manera. Es predictiva porque trasciende la masa de los hechos de la experiencia, imaginando cómo puede haber sido el pasado y cómo podrá ser el futuro.  La Ciencia es valiosa como herramienta remodelar la sociedad. A ella debe servir siempre, sea la ciencia que sea.

 

 

Matrimonio civil, ceremonial público

Es tan fuerte, tan relevante, la influencia del rito católico romano en nuestra cultura (o si se prefiere, por elevación, la cultura judeocristiana y grecolatina) con respecto al matrimonio, que raro ver una boda civil como lo que realmente es: la firma de un contrato de convivencia dos personas, que genera derechos y deberes mutuos, y que se prolongan en los ascendientes (deber de cuidarlos) y descendientes.
Una boda civil es simplemente lo que expresa el Código Civil. Artículo 58: “El Juez, Alcalde o funcionario, después de leídos los artículos 66, 67 y 68, preguntará a cada uno de los contrayentes si consienten en contraer matrimonio con el otro y si efectivamente lo contraen en dicho acto y, respondiendo ambos afirmativamente, declarará que los mismos quedan unidos en matrimonio y extenderá la inscripción o el acta correspondiente”.

Cuando una pareja desea realmente matrimoniarse por lo civil, civilmente, acude al Juzgado en traje de calle, firma los papeles y se va a celebrarlo con los amigos a un merendero.
Pero la cosa no es tan sencilla: la gente quiere casarse como Dios manda, aunque haya que meter a los padres en innecesarios gastos. Los ayuntamientos prestan ahora este servicio, de modo que el acto administrativo se reviste con una serie de adornos que no son otra cosa que la réplica del papel del cura, los monaguillos y los inciensos. Y algunos lo bordan.

La novia se viste de blanco, asumiendo el significado de la pureza con que se supone se presenta la sierva cristiana ante el Señor, y el resto de la comitiva luce las galas adecuadas al rango de la boda. Los testigos asumen el papel de padrinos y todo asume la apariencia de lo que no es.
La primera boda civil celebrada en el Juzgado de Vigo constituyó en su día un caso tan penoso que casi acaba como el rosario de la aurora.
Se presentó la novia en el Juzgado vestida como corresponde a una boda canónica, con el lógico cortejo, madres, padres, parientes, amigos, damas de honor y la adecuada provisión de arroz. De entrada, salvo los contrayentes y los testigos, los demás fueron obligados a esperar en la calle. En el Juzgado, la novia hubo de esperar turno con el resto del vecindario que aguardaba ser atendido. Miró a su alrededor: dos detenidos en espera de declarar por una reyerta, un borracho sorprendido al volante, dos descuideras prendidas robando en un supermercado, dos hijas de la noche detenidas en una pelea……

Pasan los novios ante el juez: es un despacho inmenso, pero sin sitio para nada: donde los legajos se amontonan uno sobre otro. Se buscan dos sillas. El juez pide la identificación a los contrayentes y procede con lo dispuesto en el Código Civil, apenas dos minutos. La novia está a punto de llorar. Se arma de valorar y mira al juez….”¿Pero no nos lee nada?”, pregunta tímidamente la recientísima casada que esperaba una homilía. El juez se compadece y echa mano al primer libraco que tiene a mano. Es la Ley Hipotecaria. Abre al albur y lee:  “El que no pagare en plazo……..”. La novia se desmaya.

Así que para evitar desmayos, los ayuntamientos se han inventado un nuevo servicio.
Veo en algunas bodas municipales la presencia de heraldos y maceros en un acto privado, privadísimo.  Pero no entiendo que estos elementos propios de los actos institucionales públicos (cuando la corporación sale de las Casas Consistoriales y otros acontecimientos simbólicos) tengan mucho sentido como adorno en este caso.
Aunque bien pensado, ¿qué más da? Ya sabemos que las bodas civiles son en su mayor parte formalmente iguales a las religiosas, pero sin cura. Pero con chaqué, si se precia. Insisto, bodas como Dios manda.

Protocolo, ciencia, universidad y seriedad

El marketing está constituido por una serie de útiles herramientas para su empleo en el ámbito de lo mercantil: Su estadística, repetitiva en su caso, como el contar las veces que se emplea una palabra en un reclamo comercial, no tiene nada que ver –a priori- con los instrumentos del análisis científico de la realidad y menos para establecer, de modo tan aleatorio y surrealista, conclusiones validables que nos den la temperatura de foros que se reclamen científicos, por muchos colgajos rutilantes que se les ocurra.

Lo verdaderamente científico, dentro de la Universidad, es mucho más prudente, modesto y pausado. Se van dando pasos poco a poco como manda la verdadera ciencia. Eso pretendemos hacer, por ejemplo, con la revista científica sobre Protocolo en la que trabajamos una serie de doctores por diversas y prestigiosas universidades, y que en conjunto abarcamos todos los ámbitos de las ciencias jurídicas y sociales, relacionadas con la comunicación. Vamos a ir poco a poco, pero son echar las campanas al vuelo.
Una revista científica, que aspire a homologarse con las demás publicaciones indexadas en los más cualificados registros internacionales, exige cumplir una serie de rigurosos requisitos lo mismo que un verdadero congreso universitario y científico, donde toda aportación ha de ser sometida a revisión ciega, anónima y por pares. Y con tiempo. Así se llevó a cabo la XIII Edición del Congreso Internacional de Protocolo, de la OICP, celebrado hace unos meses. Se rechazaron ponencias y se introdujeron modificaciones en otras.

Vamos a ver si empezamos a ser serios, porque quienes pretendemos trabajar con rigor y solvencia científica, sometidos a sus criterios y reglas, empezamos a sentir cierto hartazgo del uso descocado que se viene haciendo de los términos “científico” y “universitario” a través de muy respetables iniciativas (en su propio espacio) que, además de tratar de ocupar un rol que les es metodológicamente ajeno, pretenden convertirse en los gestores, descubridores e inventores de una nueva ciencia. Ellos solitos.
Algunas afirmaciones y ocurrencias se hacen de manera tan ostensible y repetida que, por si solas pierden credibilidad por pura inflación, lo que denota una especie de patología que debería ser tratada por un especialista en mitología galopante invasiva.  Pero no menos graciosas que estas cosas que se dicen, resultan los palmeros, animadores y muñidores que rápidamente se suman al coro de grillos que aparecen de inmediato con ejemplar fidelidad.

Proponemos ahora un poco de seriedad. Para nosotros, muchas personas siguen mereciendo el reconocimiento y el respeto por lo que hicieron en otro tiempo y por lo que harían ahora, si pensaran menos en el marketing.

viernes, 26 de abril de 2013

España necesita una Ley de Protocolo Oficial que sustituya por completo al Real Decreto de Precedencias del Estado

Esta ha sido la más rotunda conclusión de las II Jornadas de Comunicación Institucional e Imagen Pública de la Universidad de Vigo

Además, la Monarquía debe someterse a una severa reforma en sus relaciones con la sociedad española para poder seguir justificando su existencia

 
El actual ordenamiento de Protocolo en España, el Real Decreto de Precedencias del Estado, 2099/83, ha quedado totalmente obsoleto, no cabe su reforma, sino sustitución por una Ley del Protocolo Oficial, de rango superior, que dé respuesta a las necesidades y realidad de la sociedad española de nuestro tiempo. Esta ha sido, en expresión del doctor Juan Raposo, de la Universidad de A Coruña, la principal conclusión de las II Jornadas de Comunicación Institucional e Imagen Pública de la Universidad de Vigo, dentro del XIII Curso Complementario de Comunicación y Protocolo, celebrado en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad de Vigo, en el Campus de Pontevedra, los días 17 y 18 de abril de 2013. Asistieron 300 alumnos del sistema universitario de Galicia y Portugal, así como profesionales de ambos países. El curso fue seguido en transmisión directa por la Televisión Universitaria de Vigo por otros 200 alumnos en todo el mundo, principalmente en Iberoamérica.
 
El doctor Juan Raposo analizó el actual Real Decreto, subrayando sus contradicciones, errores y carencias, para concluir que está desfasado con la realidad del país, lo que obliga a los jefes de protocolo a improvisar de manera aleatoria para ir resolviendo los problemas que plantea a diario la realidad oficial. En este sentido, se aludió a la situación creada por la crisis de imagen de la Casa Real, lo que ha obligado a ésta a ir parcheando las situaciones que se le van planteando, y en la que parece no tener claro cómo afrontar de maneras coherente y definitiva el desprestigio en que ha colocado a la Corona el comportamiento de alguno de sus miembros. La Monarquía precisa un cambio radical en sus relacione con la sociedad si quiere justificar su permanencia al frente de la Jefatura del Estado.
 
Con respecto a la total renovación de la suprema norma de Protocolo del Estado, cabe señalar que, en el rango jerárquico de las normas, con carácter general, se denomina Reglamento Independiente a aquel que regula una materia que no ha sido tratada por una norma superior, una Ley. La supremacía de Ley se manifiesta en dos aspectos: a) La reserva material, que comprende la serie de materias que la Constitución exige que sean reguladas por una norma con rango de ley. b) La reserva formal, que actúa al margen de previsiones constitucionales concretas y significa que, cuando cualquier materia es regulada por una Ley, ya no puede ser regulada por un Reglamento. 

Todos los expertos coinciden en que una cuestión tan importante como la visibilidad de la Constitución, a través de los cargos públicos, debería estar regulada por Ley, no por Reglamento, como ocurre en Portugal. Y en este sentido, el profesor Rodríguez Ennes enseña: “La prioridad jerárquica, leit motiv del protocolo, se ha erigido en un proceloso campo de disputas. Con mayor o menor énfasis –pero sin excepción- desde los remotos tiempos faraónicos, hasta la era de la moderna cibernética, las civilizaciones se han preocupado de las delicadas materias protocolarias y ceremoniales. En todo tiempo y lugar se fue arbitrando un compendio de normas para armonizar la representación de los distintos estamentos sociales; de ahí que alguien apuntase –con notorio acierto- que la ciencia y el arte del protocolo constituyen una mezcla inseparable entre la tradición del pasado y la complejidad del presente, marcado éste por el mayor sentido práctico y utilitario que preside la vida moderna”.
 
Otras Conclusiones
El protocolo como expresión del poder adquiere, a partir de las Cortes de Cádiz, los elementos definitorios de su carácter diferenciador del rango de las personas y las instituciones. El honor social se manifiesta a través del tratamiento y de la expresión de los atributos de las instituciones del Estado, desde el Rey a las Cortes, cuya filosofía llega a nuestros días.
La organización de eventos es un trabajo de ingeniería pautada, que requiere partir del planteamiento global de los objetivos de la acción propuesta, y la ejecución de una serie de fases pautadas en las que deben ser aprovechados todos los elementos de que se disponga y las sinergias que sean posibles generar.
La profesionalidad del protocolo no depende del grado académico de que se disponga, sino del adecuado contraste de experiencia y formación, reglada o no. A la profesión se puede y debe llagar de muy diversas maneras.

La adecuación de la indumentaria al acto o actividad social que se desarrolle es una constante en la sociedad civilizada a lo largo de la historia. Ese principio es un valor permanente, incluso en nuestro tiempo.
El lujo es necesario en cuanto se corresponde con la creación de belleza y riqueza. A lo largo de la historia, lujo y belleza han creado alguna de las más memorables obras de la Humanidad.
Galicia y Portugal, como puntas de lanzas de la sociedad civil iberoamericana tienen ante sí la posibilidad de desarrollar programas de colaboración en todos los campos, especialmente en el de la Comunicación, donde la iniciativa privada debe mantenerse en vanguardia de estos proyectos.
El Patrimonio Cultura que salvaguarda la UNESCO es un valor permanente y en alza de la Humanidad. Todas las manifestaciones antropológicas de los pueblos forman parte de dicho patrimonio.
La galas de los premios cinematográficos responden básicamente a  un mismo patrón, si bien, su presentación depende del con que estos eventos cuenten en cada caso.
La anarquía que a veces reina en la presidencia de mesas de Estado o similares, refleja el descuido con que, a veces, incluso con intervención de la Casa Real, organizan determinados actos. Ello plantea la necesidad de una severa revisión de los criterios a aplicar por los responsables de protocolo.
Seguridad y previsión de contingencias deben ser dos capítulos propios del esquema organizativo de todos los actos.

La botadura de un barco es una ceremonia que exige conciliar a determinados actores sobre un mismo escenario, donde nada debe ser descuidado, al tiempo que debe adaptarse a los usos tradicionales.
El “Vino de Oporto” es algo más que un producto comercial, a su alrededor crece una cultura sin parangón. La nueva política de comunicación del Instituto de Vinos del Duero y Oporto ha iniciado una nueva etapa de promoción cultural alrededor de este vino.
Los técnicos de protocolo deben conocer la problemática de la producción audiovisual ya la recíproca, en orden a la adecuada combinación de los objetivos de ambas acciones.
No existe formalmente con el mismo carácter reglado otro protocolo deportivo que el protocolo olímpico, pese a la mayor sensibilidad hacia este aspecto de algunas disciplinas académicas.
No existe gran diferencia, en cuanto a sus objetivos, en cuanto al ejercicio de un Dircom en el ámbito privado o institucional.
El Consello Social debe figurar representado de manera visible en los actos universitarios, mediante la adecuada ubicación de su presidente. Por otro lado, el DUVI es una positiva experiencia para la divulgación de los actos universitarios.

La marca España es un referente de valor que engloba no solamente al país, como nación, sino a todo producto de calidad, fabricado en España.

 

 

sábado, 2 de marzo de 2013




El comité ejecutivo de la OICP en Budapest en 2010
 
Las Relaciones Públicas, los Eventos y el Protocolo
 
Son ponderables todas las iniciativas que hagan avanzar el protocolo como ciencia, corrigiendo la precipitación de algunos pasos anteriores que la experiencia ha revelado imprecisos. Siempre he dicho que, a mi entender, el planteamiento inicial de las carreras de comunicación, cuando éstas se incorporan a la Universidad en 1970, estaba bien trazado: un primer periodo de formación básica común, y un segundo de especialización específica. Como se sabe hoy son  cuatro las carreras totalmente separadas en este ámbito, al haberse sumado la de protocolo a las tradicionales de Periodismo, Relaciones Públicas y Publicidad, y Comunicación Audiovisual.

En su día expresé una mera opinión intelectual, en el sentido de que, a mi entender, la aparición de la carrera de Protocolo, separada de las Relaciones Públicas, debería haber aconsejado un periodo previo de publicaciones, trabajos científicos, estudios y aportaciones que armaran la nueva ciencia más allá de la mera casuística práctica. Y esta opinión me hizo aparecer a los ojos de algunos como enemigo de la nueva carrera, cosa incierta. Pero mi perplejidad fue mayor cuando observé que los centros que ofertaban a bombo y platillo el nuevo grado y todo los demás (pese a no disponerse de los especialistas con el nivel académico que requieren tales estudios) hasta el doctorado, digo que tales centros ofertaban como salidas profesionales no ya las propias del Protocolo, sino otras comunes propias del Periodismo, las Relaciones Públicas o la Publicidad, al tiempo que reclamaban para el grado de Protocolo en exclusiva todo empleo que en su enunciado llevara esta palabra.

Ya es sabido que, en este caso, siempre he defendido que la capacitación profesional no la otorga un papel (aunque tenga validez jurídica), sino el esfuerzo personal, y que son varias las vías para alcanzar aquélla, siendo sin duda una muy solvente, cursar un post grado (público o privado), luego de haber obtenido una licenciatura o un grado universitario previo en carrera específicamente relacionada o no.

Se nos decía que el Protocolo no era parte de las Relaciones Públicas ni tenía ya nada que ver con ellas, sino que junto con la Organización de Eventos y sus hijuelas era ya una carrera per se. Era un planteamiento respetable, pese a que a los que estudiaban el nuevo grado se les prometía que podrían acceder a tan variados empleos como “Relaciones públicas, directores de comunicación o gestores de cuentas de Publicidad”, entre otras.

Me entero ahora de que a finales de mayo en Madrid, por parte de una activa institución que lidera este proceso de transformación del Grado de Protocolo como camino exclusivo para considerarse profesional del protocolo, se va a celebrar un congreso que, según sus promotores, será “el primer encuentro que busca analizar la situación del sector de los eventos y su implicación en el ámbito de la Comunicación y las Relaciones Públicas y su posicionamiento actual y de futuro, a través del análisis de profesionales cualificados e investigadores de diferentes universidad con acreditada experiencia profesional”.

La lectura de este anunciado me produce cierta confusión, puesto que sitúa al sector de los eventos en el ámbito de la Comunicación y las Relaciones Públicas. Es decir, donde yo he creído siempre que ha estado, junto con el Protocolo. ¿O son cosas separadas?

Ni que decir tiene que deseo el mayor éxito científico a esta iniciativa que debe ser bienvenida como todas las que se producen, y de las que no todos informan por igual, debido a pequeñas miserias o batallas comerciales que se rigen por las leyes del mercado, no por las de la ciencia.

Es bueno, pues, que se avance en convertir al Protocolo en una ciencia solvente dentro del conjunto de la Comunicación, poniéndolo en relación con el Derecho, la Sociología, la Historia, la Ética y la Estética, entre otras muchas. Reitero pues mis votos por el éxito de esta convocatoria, pues el camino del estudio es sin duda el mejor para convertir al protocolo en la ciencia que a todos nos interesa.