jueves, 8 de enero de 2015

La vida de Juan Carlos I recuerda el “exilio dorado” de su frívolo abuelo Alfonso XIII y no beneficia la imagen de la Corona


En los meses que lleva jubilado, el llamado “Rey emérito” –figura que por cierto no figura en la Constitución y que técnicamente es una creación del Gobierno Rajoy- está dando demasiado que hablar, a propósito de su vida de asueto y lujo que, inevitablemente, recuerda el “exilio dorado” de su abuelo Alfonso XIII, que acabó de rematar el mal recuerdo y la mala imagen que su paso por la historia dejó en los españoles.
La última noticia dentro de ese periplo que lo está llevando por los mejores restaurantes de España, en lo que debe ser un agotador esfuerzo, la distribuyeron las agencias de prensa, con relación al modo y lugar en que Juan Carlos, alejado de su familia (en lo que él mismo calificaba en sus discursos de “fiestas entrañablemente familiares”) pasó el fin de año. Como se ha publicado, escogió el lujoso barrio de Beverly Hills de la ciudad de Los Ángeles para decir adiós al 2014. Anteriormente pasó la Nochebuena con sus hermanas, las infantas Pilar y Margarita, con su hija mayor, la infanta Elena, y los hijos de ésta, y comió en Navidad con Felipe y Letizia.
Juan Carlos fue visto en Los Ángeles en el lujoso restaurante 'The Ivy'. Conviene recordar que el ex Rey va acompañado de una escolta que pagan los contribuyentes españoles y que además perciben elevadas dietas internacionales cuando salen al extranjero. O sea, que el concepto de “viaje privado” no es exacto. Desde luego, de la que nada se supo es de su esposa, la otra emérita, que se supone pasó estos días en Londres, con su familia. Además, si no viajó en línea regular y se desplazó con un avión de las Fuerzas Aéreas, la factura para el Estado habrá que tenerla en cuenta.
¿Pero, y por qué hablamos de semejanzas?
Cuenta Pilar Eyré, a propósito de la decadente vida del abuelo de Juan Carlos, que “cuando desembarcó en el muelle de Marsella, Alfonso XIII –tras ser expulsado por los españoles- parecía un distinguido viajante de comercio. Iba con traje y sombrero” Recuerda esta experta en las historia de la Casa Real, que “en el muelle sólo lo esperaba el embajador Quiñones de León, que le dijo que la reina iría directamente a París. Un taxi lo condujo al hotel, pero don Alfonso prefirió pasar esa noche en Hotel de París, de Montecarlo, en cuyo bar lo fotografiaron los periodistas franceses”. Al pie de las fotos que presentaban al despreocupado ex rey tan feliz se podía leer: “El rey playboy degustando el cóctel Alfonso XIII que ha inventado el barman Emile”.
Rijoso, como siempre, se reservó una suite en el hotel Meurice para recibir a sus amantes o simples meretrices de ocasión. Ya se sabe cómo acabó su matrimonio con la reina Victoria Eugenio, quien llegó hasta por reclamarle la dote en un largo pleito. ¡Curiosa coincidencia la triste historia de este matrimonio con la de su nieto!

Pero lo cierto es que, Alfonso XIII no lo pasó mal. Dice Eyre que “se convirtió en un nómada de lujo, dedicado a deambular por París, Roma, la Riviera, Cannes, los cotos de caza europeos, el Hotel Semíramis de Egipto o Deauville, en cuyo casino jugaba a le chemin de fer cuya apuesta mínima eran 80 libras. Era una figura decadente y patética, con los ojos tristes de todos los desterrados”
En circunstancias bien distintas, el rey jubilado esté empezando a llevar una vida parecida, si nos atenemos a lo que se va sabiendo y viene publicando la propia prensa más cortesana y menos critica. Según este recuento, es ex monarca ha realizado varios viajes internacionales durante estos meses. En octubre se desplazó hasta Reino Unido para presenciar un partido de fútbol entre el Manchester City y el Tottenham invitado por el propio presidente de los ‘citizens’, Khalodoon Al Mubarak. Un mes más tarde, en noviembre, viajaba a Abu Dabi, con la intención de disfrutar de uno de sus deportes favoritos, la Fórmula 1.

Durante estos seis meses el Rey ‘saliente’ no ha parado. Juan Carlos ha frecuentado sus restaurantes favoritos de Madrid: El Bodegón, Casa Botín, El paraguas, Currito, Horcher o el Aspen de La Moraleja. También se ha sentado a la mesa en establecimientos de otras comunidades como el Celler de Can Roca, que se encuentra en Girona, Amparito Roca, en Guadalajara, o el Arzak de San Sebastián.

De lo que se dice trabajar, ha trabajado más bien poco, no se cuentan más allá de una docena de compromisos, entre ellos un viaje a Colombia y la entrega de algunos premios. Habrá que ver qué ocupaciones asume el ex rey en los meses venideros. Realmente, a falta de un Estatuto de la Corona, asunto pendiente desde antes de su abdicación, y que su nuevo “cargo” es una invención improvisada, habrá que ver de qué modo justifica Juan Carlos I el sueldo que cobra y los privilegios que conserva, sin la menor responsabilidad.

A nadie se le escapa que este ex rey, de trayectoria personal tan poco ejemplar –que hasta le obligó a pedir perdón a los españoles- tiene que encontrar su sitio. Y que convertirse, como alertan las evidencias visibles, en un jubilado de lujo a cuesta de los españoles, va a repercutir en la –se diga lo que se diga- dañada imagen de la Corona que los asesores de su hijo tratan de recomponer, mediante falsos espejismos de que la institución ha cambiado. O sea, que más discreción y menos gastos.


Primera Pascua Militar de Felipe VI y repetido discurso a los militares con las conocidas confusiones constitucionales


En una conferencia pronunciada en Vigo, el general Félix Sanz Roldán, ahora jefe del CNI, y entonces presidente de Junta de Jefes de Estado Mayor, reconoció que los famosos “Pactos con los Estados Unidos” fueron una cesión de soberanía. En la soberanía nacional pensaba yo, a propósito de la decisión norteamericana de incrementar su despliegue en suelo español, cuando escuchaba el discurso de la Pascua Militar de Felipe VI, tratando de hallar alguna idea nueva que no fueran los manidos tópicos de siempre y, sobre todo, la reiteración en equívoco, tan peligroso para la mentalidad de los militares de que el mando que ejerce el Rey sobre los ejércitos es meramente simbólico, ya que tal mando efectivo corresponde al poder civil; es decir, al Gobierno. O sea, que seguimos alimentando la misma confusión constitucional.

El joven monarca sigue alimentando confusiones, Gusta en decir como su padre, que tiene una especial relación con los militares, distinta de la que puede mantener, por ejemplo, con los empleados de correos o los profesores; porque “él es uno de ellos”. Los militares son una institución del estado, formada por ciudadanos comunes, tan honorables como los electricistas o los fontaneros, con una misión concreta: mantener una fuerza en presencia para la defensa nacional, en la que, a la hora de la verdad, nos integramos todos los ciudadanos. Y no son ni pueden ser otra cosa, contra lo que el manido discurso de los Borbones insiste en hacer creer.

 Bases americanas al fondo
 
Pero no se puede obviar que sobre este seis de enero planea nuestras especiales relaciones defensivas con los Estados Unidos, de tan mala experiencia, si nos atenemos a los hechos a los que ahora me referiré, y dejando al margen el episodio de Palomares, en que estuvimos a punto de sufrir un desastre nuclear, cuando tras el choque de dos aviones, perdieron varias bombas atómicas, cuyo rescate fue digno de un filme de Berlanga.

Hace tiempo que Kissinger, secretario de Estado norteamericano, dejó claro que toda la política exterior de su país no tenía otro objeto que su nación fuera la más poderosa de la tierra, con las líneas o acciones que le conviniera en cada caso. Más claro, imposible. La misión principal de la unidad de marines desplegada en Morón –que se quiere incrementar- es “la ejecución de operaciones de respuesta ante crisis, contingencias de ámbito limitado y operaciones logísticas para proteger a ciudadanos norteamericanos, instalaciones y otro personal que se designe en regiones del norte y oeste de África”, según informó el Gobierno español. Con ser amplias, esas no son las únicas tareas a las que pueden dedicarse. Depende de lo que, como dijo Kissinger le interesa a los norteamericanos en cada momento. En cuanto a Rota, el ínclito Zapatero ya les había dado todas las facilidades para la ampliación de su despliegue naval. Despliegue a la carta, sin la menor discusión.

A los americanos ahora la cosa les corre prisa. Madrid ni Washington quieren dejar el asunto para el Parlamento salido de las próximas elecciones, en el que quizá no haya una mayoría tan clara para aprobarlo. Y el Gobierno no oculta su propósito de pactar la reforma con el PSOE, que gobierna además la comunidad andaluza, donde están las bases de Rota y Morón. Pero la decisión de los norteamericanos exige modificar el convenio de Defensa. Pero no va a ver problema con el PSOE en este sentido.

Con respecto a la soberanía y a la sombra de los Estados Unidos sobre nuestra política de defensa, quiero recordar dos cosas: Angel Viñas, catedrático de Estructura Económica, en su libro “Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos”, reveló el modo en que Franco subordinó 1953 la legislación española a los intereses norteamericanos. Dice Viñas que el convenio defensivo España-Estados Unidos implicaba la autorización para que en nuestro país se ubicaran fuerzas de Estados Unidos y personal militar y civil de tal nacionalidad al servicio de las mismas. Las fuerzas armadas, uno de los más claros exponentes de la soberanía de un Estado. Fue una contradictoria concesión vergonzante.

Si el franquismo había hecho dejación de algunos atributos de la soberanía en relación con las modalidades de utilización de las bases, el retroceso no sería menos profundo en el ámbito jurisdiccional. Dice Viñas que lo que no supieron los españoles es que, “a la zaga de los convenios de 1953, el régimen aceptó un estatuto jurisdiccional para los norteamericanos que constituía ni más ni menos que una derogación del sistema jurídico español, elaborado naturalmente al margen del normal proceso legiferante de España. Por añadidura, tal derogación fue secreta, pues secreto fue su fundamento”. Es decir, que podía ocurrir -y ocurrió- que un ciudadano español que tuviese problemas jurídicos con estadounidenses no sólo se viera desamparado por la ley, sino que además ignoraría el motivo, dado que el texto de los acuerdos en materia jurisdiccional fue, aparte de anómalo, secreto. Si un norteamericano cometía –como cometieron- un delito en España quedaba amparado por su fuero personal y no podía ser detenido ni procesado por las autoridades españolas.

Y así se mantuvo la situación hasta 1970, aunque dudo de que todo o parte de aquellas cesiones vergonzantes no estén de algún modo o espíritu vigentes. Aznar, en este sentido, fue muy tolerante en la etapa Bush. En materia civil, el silencio de los convenios fue casi absoluto; no obstante, se estableció en el acuerdo técnico secreto y en el de procedimiento número 16 una cláusula de inmunidad de jurisdicción a cuyo tenor los “miembros de las fuerzas de Estados Unidos no estarán sujetos a la jurisdicción civil de los tribunales o autoridades españoles por actos u omisiones originados por el cumplimiento de sus deberes oficiales”.

El segundo y tan grave aspecto de nuestras relaciones con los Estados Unidos es que, cuando el ejército marroquí, disfrazado de “Bandas rebeldes” nos atacó en Ifni, España no pudo usar el armamento entregado por los Estados Unidos en defensa de nuestros intereses, porque los famosos acuerdos prohibían el uso de esas armas y dotaciones contra países aliados o amigos de los norteamericanos, como era y es Marruecos.

Visto el pasado, yo no me fiaría mucho, llegado el caso.

 



El primer discurso de Felipe VI en Navidad defraudó por los lugares comunes y las omisiones imperdonables


Se considera que el paradigma del discurso político es aquel que Shakespeare pone en boca de Marco Antonio en el drama “César”, cuando aquél, tras el asesinato del emperador, obtiene licencia de Bruto y los conjurados para hablar a la plebe. Marco Antonio, en su relatorio fúnebre no hace otra cosa que alabar a Bruto y a sus cómplices por ser “hombres honrados”, pero maneja las palabras de tal modo que va elevando la temperatura de la masa, pues consigue que ésta interprete como él quiere todo lo contrario de lo que aparentemente dice. Eso es la técnica del “metalenguaje”: decir una cosa de tal modo que se entiende otra.
Yo tuve esa sensación escuchando a quien a sí mismo moteja de “Primer Rey Constitucional” (lo que me hace preguntarme qué era entonces su padre), pues si discurso, técnicamente impecable en secuencias, elevaciones de tono y el resto de los recursos expresivos que denota un buen preparador y entrenamiento, me recordaba a Marco Antonio en la pieza invocada: sobrevolaba las cuestiones candentes de modo tan hábil que muchos creerán  que realmente las ha abordado a fondo. Y no fue tal cosa.
Expresemos nuestra perplejidad por la ausencia en su discurso de la alusión directa a las víctimas del terrorismo, precisamente en un momento en,  que gracias a las imprevisiones del Gobierno, los más terribles y no arrepentidos asesinos están saliendo de las cárceles, para escarnio y vergüenza de la nación toda. Pero eso, pese a la gravedad del caso, no ha sido lo peor.

¿Puede el jefe del Estado no hacer la menor alusión al hecho de que una de las personas que tienen el mismo derecho que él mismo (en el orden que sea) a ostentar su magistratura es reo de una causa ordinaria, con consecuencias imprevisibles que en todo caso afectan a la propia imagen de la institución?

¿Dónde están los cambios, la transparencia y la valentía que se espera de un tiempo nuevo?
Hace tres años, tras el estallido del caso Urdangarín, uno de los periodistas que mejor conoce la Casa Real y la Monarquía, el ex director del diario monárquico ABC, escribía unos días antes del famoso discurso de Navidad de Juan Carlos I, cuando dijo aquello de que “todos somos iguales ante la Ley”: “Para superar la crisis de imagen que haya podido sufrir, o esté sufriendo la monarquía, es preciso que ésta se gubernamentalice. Lo que consiste en que la Jefatura del Estado, como sucede ahora pero asistemáticamente, se convierta en un instrumento institucional al servicio de los intereses nacionales”.
Esta es la cuestión: ¿Quién escribe y cuál es la sintonía de su contenido con el propio Gobierno? Como recordaba Zarzalejos, el ejecutivo británico es “Gobierno de su Graciosa Majestad”. Y cuando se abre el Parlamento, la Reina lee el discurso que le prepara el premier y su gabinete Algo parecido ocurre con el resto de las monarquías parlamentarias de Europa. Como subraya el periodista vasco, “el jefe del Estado sirve a los intereses de la nación bajo el criterio del Gobierno, con el margen de decisión propia lógico pero estrictamente limitado. El modelo británico es el más precoz y sólido de monarquías parlamentarias y otras, como la noruega, danesa u holandesa -incluso la belga- no difieren en demasía. Así, cuando habla el titular de la Corona la sociedad respectiva sabe que a su través se está pronunciando institucionalmente el propio Gobierno.”

¿Qué ocurre en España? Tradicionalmente se ha entendido que el Rey y sus asesores redactan los mensajes institucionales que, antes de ser emitidos han de ser revisados por el Gobierno, ya que no puede o debe haber disonancia entre el papel del monarca y el ejecutivo que, a través de las urnas, han elegido los ciudadanos. ¿O no? Zarzalejos, que no es precisamente republicano dice que Gobierno democrático de España, al margen de su color, ha de expresarse a través del Rey en las ocasiones más solemnes y en sus intervenciones más significativas.
Y añade: “No basta con el carácter simbólico de la Corona: hay que dar el paso de engarzarla eficientemente en el sistema operativo de la gestión de los intereses públicos y ofrecer la certeza de que la Jefatura del Estado, siempre cuidando a través del Jefe de su Casa (que tiene categoría de ministro) de que su perfil constitucional, moderador, arbitral y apartidista no padezca nunca, responde a los dictados de las urnas a través de su simbiosis con los Gobiernos queridos por el pueblo y el Congreso”.
¿Debe el Gobierno meter mano en lo que dice el Rey o éste debe pronunciarse libremente sobre lo que le apetezca?
En el interesante libro de Manuel Soriano, “Sabino Fernández Campo. La sombra del Rey”, donde se hacen interesantes revelaciones que sólo se conocían en la Zarzuela (como que el conde de Barcelona pretendió que le otorgaran el tratamiento de “Rey” del que ahora disfruta su hijo o el sufrimiento del leal edecán por las escapadas del monarca, con frecuencia más atento a sus impulsos de bragueta que al interés del Estado), se menciona el caso del discurso de Navidad de 1990, en el que Felipe Gonzáles eliminó las referencias a la corrupción que ya estaba en su apogeo e introdujo un ataque a la prensa por su creciente contenido crítico hacia su Gobierno.
Felipe no tuvo dudas. Ni creo que las haya tenido Rajoy. O sea, que los ciudadanos deberíamos tener claro hasta dónde lo que escuchamos sale directamente del ejecutante o de otros.

El primer discurso navideño de Felipe VI ha sido un discurso decepcionante, y cabe preguntarse hasta dónde estaba pactado, medido y sintonizado con el Gobierno. Desde luego, coincidimos con Zarzalejos cuando dice que cuando el Rey habla (dentro de un lógico margen de autonomía) no debe perderse el horizonte de quién es realmente y, en consecuencia debe hablar en sintonía con el ejecutivo, “que sólo ha de poner en su boca ideas, proyectos, iniciativas y propuestas transversales, que integren a la inmensa mayoría de los ciudadanos y colaboren al entendimiento entre todos y a la convivencia”.
Y en fin, quizá no haya que echarle toda la culpa a este Rey tan bien “prepao”. De todos modos, como dice el exdirector de ABC, los ciudadanos tienen derecho a ser exigentes con sus gobernantes y reclamar de la Corona la ejemplaridad y el servicio a los intereses nacionales que la justifican.
En este caso, el primer discurso de Navidad se ha justificado más bien poco.