La
influencia de la invasión musulmana de España y la posterior expulsión han dado
pie a infinidad de relatos y ensayos históricos. Hoy en día, las tesis islamófilas y arabizantes provocan una especie de “revisión de la historia” hasta
el punto de que la Reconquista es
interpretada como un episodio más bien sombrío que al homogeneizar los reinos
españoles los privó de la riqueza que aportaban las otras culturas establecidas
en el territorio. Desde otro punto de vista se subraya que las tres culturas
del libro coexistían, pero no convivían en el sentido que hoy le daríamos a la
expresión. Por lo tanto, la controversia entre Sánchez Albornoz (España se
forja frente al Islam, y con los judíos, “cuentas saldadas”) y Américo Castro
(musulmanes y judíos son esenciales en la construcción de España) parece seguir
vigente y emerge de cuando en cuando con episodios como la reivindicación de la
Mezquita de Córdoba.
Se
ha generado una utópica reconstrucción de un Al Ándalus
mítico, pleno de tolerancia y foco irradiante de una cultura superior a la de
nuestros días, animada por escritores
como Juan Goytislo, quien al tiempo fustiga el propio mito de Santiago y todo
ello porque la historia de España está en parte marcada por un espíritu
religioso notable. Santiago de Compostela es el marco de la esperanza de los
cristianos que sufren las razzias de
los sarracenos, es la “Contra Meca”. Pero es ciertamente un mito como las leyendas
artúricas o las sagas escandinavas, que antropológicamente, se consideran
elementos esenciales del alma nacional de los países donde surgen.
En
cuanto a la mítica convivencia de las tres culturas, Julio Valdeón, escribe: “Más
que convivencia, habría que decir coexistencia. Alfonso X el Sabio (1221-1284)
tuvo mucha relación con judíos y musulmanes en la Escuela de Traductores de
Toledo. Sin embargo, en su obra Las Partidas se lee: «Los judíos están como
testimonio de que a Cristo y con la esperanza de que algún día se conviertan».
Decir «os admitimos porque os daréis cuenta de vuestro error» no es tolerancia.
Pero probablemente coexistieron más que en otros países de Europa. Cuando los
cristianos llegaron a Toledo, Alfonso VI (1040-1109) firmó el decreto llamado
Carta inter cristianos et judios, que establece que hay que tratar igual a unos
que a otros”.
Nadie puede poner en duda en nuestros
días, que por una u otra parte, la coexistencia de las tres religiones en
España estuvo marcada por la presión del grupo en cada ámbito dominante sobre
los minoritarios. Pero con el Corán en la mano es insostenible, en lo que a
esto respecta, lo que hoy en día pretende presentarse como modelo de
convivencia. No lo fue, lamentablemente. Cristianos y judíos son para el Corán “gentes del libro”. Cierto. Pero su
nombre apropiado es “dimmies”; es
decir, al tiempo gente protegida (porque han recibido la revelación) y culpable
porque no aceptan el islamismo. Por lo
tanto: o se someten, o se les hace la
guerra y destruye, o pagan un impuesto y son ciudadanos de segunda. El califa
puede hacer la “yihad” contra ellos, porque se han resistido al Islam. Pueden
vivir entre los musulmanes, pero sometidos a severas restricciones. Aquellos
pueblos sometidos al Islam que no asuman su fe deben, en el mejor de los casos,
pagar la “jizya”, el tributo especial
para los no musulmanes. Hoy en día, en Arabia Saudita, que financia las
mezquitas sembradas por Europa, enviar una simple felicitación de Navidad entre
cristianos puede ser considerado un delito, al ser interpretado, conforme a la
Sharía, como propaganda de una religión contraria al Islam.
Se recomienda la lectura del libro "La
sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros",
del que es autor el profesor Giovanni Sartori. La pregunta que formula el
doctor Sartori es si la sociedad occidental puede ser tolerante con los
intolerantes; o dicho de otro modo, si ha de defender y preservar su propio
sistema de valores frente a quienes, en nombre del llamado "multiculturalismo" (que él
considera cosa diferente del pluralismo), pueden ponerla en peligro.
El debate sobre esta cuestión rebasa
ampliamente el marco del propio Reino de España y se adentra en las raíces
mismas de Europa. Nadie discute que la Cultura Greco-Latina, la Tradición
Judeo-Cristiana y la Revolución Francesa son los tres elementos esenciales
sobre los que se construye la identidad europea, que en el caso de España se
completa, sin duda, con el aporte de la cultura hispanoárabe. Pero cada cosa
tiene su propia dimensión.
No se pueden negar las aportaciones del
mundo árabe a la cultura de Europa, sobre todo durante la Edad Media, cuando el
desnivel entre Europa y el mundo árabe ilustrado fue patente. Europa estaba
sumida en los restos empobrecidos de una tardía latinidad mientras el Islam y
el Judaísmo recuperaban lo mejor del legado griego, lo asimilaban y lo
perfeccionaban. ¿Cómo negar que los sabios árabes y judíos, ayudaron a que
Europa como recuperara gran parte del legado clásico? Los sabios
hispanomusulmanes cumplieron una importante misión como industriosos
intermediarios de la cultura y transmitieron a la Europa medieval la olvidada
sabiduría del mundo antiguo, abriendo la posibilidad del Renacimiento.
Pero estos sabios musulmanes no tienen
nada que ver con los modernos integristas de ahora. Lo que unos aportaron de
bueno en su tiempo, no debe hacernos perder el sentido crítico frente a una
realidad, en sí misma amenazante. Sartori advierte de lo que puede ocurrir a medio plazo
en Occidente si determinados grupos se instalan, pero no se integran, dentro de
la sociedad pluralista y su sistema de valores, ya que aspiran a vivir dentro
de ella. Lo menos que puede pedírseles, si quieren ser ciudadanos, es que
acepten las obligaciones de tal ciudadanía.
Resulta
especialmente esclarecedora sobre este conflicto, la figura de una intelectual
y política musulmana, la parlamentaria holandesa de origen somalí Ayaan Iris
Alí, autora del impresionante libro “Yo acuso. Defensa de la emancipación de
las mujeres musulmanas”. Ayaan clama por una época ilustrada para el Islam y
porque Occidente contribuya a la generación del Voltaire del mundo musulmán.
Por esa misma razón, se opone a toda política de integración de los inmigrantes
basada en los principios del multiculturalismo, que a su juicio permite la
permanencia de normas culturales y religiosas que frenan el proceso de emancipación
de los musulmanes, que deben ser, con su fe propia, ciudadanos como los demás a
todos los efectos, sometidos a las mismas reglas y deberes. Y especialmente en
el trato y consideración de la mujer.
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