Dos principios políticos formales se contraponen entre
monarquía y democracia: la representación y la identidad. Se vincula monarquía
a unidad política, pero su fundamentación es la religiosa. El monarca “es de Dios” o “por la gracia de Dios”. Carl Schmitt (Teoría de la
Constitución. Madrid, Alianza Editorial, 1992, págs.
274 y ss.) advierte del carácter negativo y
polémico del tradicional aserto, desde el punto de vista de las ideas modernas,
en el sentido de que el Poder viene de Dios. De Dios directamente, ni de la
Iglesia, ni del Papa, ni mucho menos del pueblo. En algunos tiempos, ese
carácter del origen divino del Rey se traducía en atribuirle un don
sobrenatural, en el sentido de que podía hacer milagros, incluso curar
imponiendo las manos.
El Rey es el padre, como ya hemos visto. “El padre de la nación” se le llama a
veces, o, como ocurre en el caso de España, “el primer soldado”, “el primer
ciudadano”, “el primer magistrado”, etc. Aparte del sentido divino o
patriarcal, otras monarquías tienen un fundamento patrimonial, que hacen que el
rey sea al más rico. El de España no está precisamente en la lista de los
pobres, sino todo lo contrario.
En la incansable búsqueda
de elementos que conecten directamente a las monarquías –todas las monarquías-
con Dios, algunos autores han mostrado gran tenacidad, hasta el punto de
concluir que todos los grandes reyes de Europa, y entre ellos se destaca a los
descendientes de Hugo Capeto, -es decir, entre otros los Borbones-, pertenecen
a la Dinastía del Rey David, lo que los entronca directamente con el mismísimo
Hijo de Dios, Jesucristo.
En el número 275 de la
desaparecida revista “Historia16”,
Juan Tomás de Salas (El mayor secreto de
la Historia en “Historia16”, año XXIII, número 275, pág.3), su editor,
escribía “El mayor secreto de la
Historia”:
Nuestro
colaborador Joaquín Javaloys, tras un concienzudo y pacientísimo trabajo, está
en condiciones de afirmar que las grandes monarquías del Occidente de Europa
pertenecen todas a la Casa de David o, al menos, tienen sangre davídica en sus
venas o en sus ancestros. Son lejanísimos descendientes del gran rey de los
judíos y, aunque uno pueda dudar con razón de la veracidad somática de estas
larguísimas genealogías, eso no impide afirmar que oficialmente, socialmente,
los grandes reyes europeos descienden del Rey David.
O sea, casi nada. Ciertamente,
no es para menos descubrir que Juan Carlos I está emparentado con el mismo hijo
de Dios. Eso sostiene Javaloys, quien afirma que en la Francia medieval existió
una singular familia procedente del rey David de Israel que, por enlaces
matrimoniales, hizo que los cristianísimos reyes de Europa occidental fuesen
también descendientes de David. En apoyo de su tesis, Javaloys se
remite a otros dos autores: Arthur J. Zuckerman y Peter Berling. Según este
último, “por sangre real se ha de
entender la que corresponde a los descendientes del rey David de Israel, que se
refugiaron en el sur de Francia y allí formaron la célula germinal de la
nobleza europea”.
Y como los Borbones de Francia fueron privados del
poder real, inicialmente en la
Revolución francesa y, definitivamente, al consolidarse el régimen político
republicano –explica Javaloys- en los reyes Borbones de España converge la
sucesión biológica directa de esas dinastías, por lo que, al ser los sucesores
de la real casa de David, tienen en origen legitimidad para gobernar por
derecho divino, al menos para los que siguen aceptando este principio
legitimador que tuvo vigencia antiguamente, pero que hoy está en desuso.
Gracias a Dios.
Y
en cuento a la genealogía, la actual estirpe reinante en España está
entreverada por otros aportes biológicos distintos de los apellidos que
ostentan De modo que algunos cruces intermedios parecen haberse colado en la
estirpe del Rey David. Menos mal que Isabel II permitió que en ella obrase la
sangre plebeya (entre otros actores) de Agustín de Puigmoltó, capitán del Arma
del Trabajo, los Ingenieros, padre biológico de Alfonso XII, y eslabón esencial
de la estirpe, según pruebas aportada por la mismísima soberana.
Las teorías racionalistas transformaron aquel rey de
origen divino en el primer magistrado de la nación. Aunque el rey sigue
conservando elementos esenciales de su origen y carácter: Es inimputable,
trasmite su legitimidad a su sucesor, es el padre de la nación. Pero para
encajar todo eso de modo racional hubo que buscarle una justificación: Y ahora
se nos dice que tal institución en una forma de gobierno por encima de las
contingencias de los partidos políticos, en la que sobresale la idea de su
utilidad. Es curioso que éste sea en el siglo XXI el principal argumento de
quienes defienden la pervivencia de la Monarquía en España. Y que sea el PSOE
uno de los mayores y más convencidos postulantes de esta idea.
El Rey deviene en un poder moderador, arropado por la
seguridad política que lo envuelve. Hasta llegar al moderno concepto de Monarquía Parlamentaria, donde el Rey va
a perder su poder (“potestas”), pero va a conservar la autoridad. “El Rey
reina, pero no gobierna”. Pero la monarquía conserva, empero, un carácter
representativo o simbólico frente al nuevo soberano que es el pueblo. Pero el
pueblo puede prescindir de esa representación que es el Rey, porque se
representa a sí mismo y por tanto, puede instituirse en República. Que es lo
que tantos millones de españoles pretenden.
El término “pueblo”
significa necesariamente la totalidad de los integrantes de la comunidad
política, no cabe otra alternativa. Y lo que se pide es dejar al pueblo que
hable por sí mismo, sobre todo en los momentos cruciales como éste.
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