Fue en la Universidad de
Sevilla, donde la Doctora María Teresa Otero Alvarado presentó la que puede ser
considerada primera tesis con el rigor y la calidad de una verdadera
investigación sistematizada, si bien su contenido se apoya en un desarrollo diacrónico
a través de otras ciencias, especialmente la historia. Desde entonces, ya son
muchos los investigadores que se han adentrado por este camino con variada
suerte, pero siempre con notable afán de dar a sus trabajos la máxima calidad.
Lo científico se entiende,
en cada ocasión, según la conveniencia de quien lo define. De modo que corremos
el riesgo de considerar como científico algo que no lo es. O al contrario. ¿Es
el protocolo una ciencia como tal? Si tomamos con referencia el mercado
bibliográfico, nos asalta la primera duda: existe una interminable serie de
monografías al respecto que, o bien tienen un carácter de manual práctico,
descriptivo de la casuística más variada, pero que no siempre profundiza en el
porqué de sus afirmaciones; o bien se trata de trabajos históricos, donde el
relato de episodios del pasado, situaciones anecdóticas o sucesos variados
extrae consecuencias sociológicas o políticas que sí elevan el rango de la
publicación.
Podríamos argumentar, en
este caso, que el “Protocolo” no tiene fines propios, sino que es un
instrumento para mejorar la presentación en público de las instituciones o, si
se prefiere, visualizar el poder, la jerarquía y el rango de los personajes y
las instituciones públicas. Por lo tanto, no pasaría de ser una técnica, pero
sin los requisitos para ser considerado propiamente una ciencia. Pero quienes
defienden su vigencia como conocimiento específico replican que lo mismo ocurre
con las Relaciones Públicas, la Publicidad o el Periodismo, que carecen de
objeto propio por sí mismos, sino que son artes al servicio de otros fines. No
es menos cierto que incluso las ciencias más puras son ciencias de la utilidad;
es decir, son aplicables a objetos distintos del conocimiento mismo. Dicho de
otro modo, sirve para algo a la sociedad.
Por lo tanto, hemos de
fijarnos si, por sus propios contenidos, el protocolo permite desarrollar una
teoría científica a partir de los postulados ordinarios del trabajo
intelectual. Este paso nos lleva a situarlo dentro de otra concepción de la Ciencia
como recopilación de técnicas y métodos que nos permiten organizar de forma
objetiva y accesible un conjunto de información, que puede ser adquirida a través
de la experiencia o de la deducción. Entonces será una ciencia.
Hemos de ubicar
necesariamente el protocolo en el territorio de las llamadas “Ciencias Formales” que, como su nombre
lo indica, estudian las formas. Y nuestros hechos son los acontecimientos
sociales de cierto rango, no los hechos naturales; pero que están sometidos a
unas determinadas reglas, usos y tradiciones formales, expresados a través de
la etiqueta y el ceremonial, muchas veces sustentado en la tradición y en los
usos sociales consolidados.
Con todos estos
antecedentes, será posible construir una verdadera Ciencia del Protocolo en la
medida que se sigan los parámetros fundamentales para construir un genuino saber
científico. Partir de hechos ciertos, investigarlos y obtener conclusiones.
Analizar y desmenuzar esos hechos, estableciendo relaciones entre ellos, tratar
de descomponerlos, de entender sus componentes; intenta descubrir los elementos
que componen cada totalidad, y las interconexiones que explican su integración.
Los resultados han de ser expuestos con claridad y deberán ser verificados.
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