Joaquín Martínez Correcher criticó en Cádiz el injustificable
desplazamiento de la infanta Elena del orden de precedencias
El autor del Real Decreto de Precedencias del Estado no
coincide con quienes justifican lo ocurrido el 12 de octubre
Frente a las curiosas
interpretaciones que se han hecho y escrito, para justificar el desplazamiento
de la Infanta Elena del espacio que le corresponde, dentro del orden de
precedencias de la Familia Real, en los actos de Estado, el propio embajador Joaquín
Martínez Correcher, ex jefe de Protocolo
del Estado, y autor del texto del Real Decreto 2099/83, de Precedencias del
Estado, mostró su desacuerdo con la segregación de la hija mayor de los Reyes,
y su ubicación junto al jefe de la oposición, a partir del pasado 12 de octubre.
El embajador lo hizo público en
el transcurso del XIII Congreso Internacional de Protocolo, celebrado en San
Fernando, Cádiz, del 6 al 9 de noviembre, justamente al término de mi ponencia
sobre las consecuencias que la crisis de imagen de la institución monárquica
está teniendo en la readaptación de su presentación en público para paliar las
consecuencias del caso Urdargarín y otros episodios recientes. No obstante, mi
teoría es que la crisis de la monarquía es más de fondo que coyuntural, como lo
prueba de que antes del nuevo afloramiento del caso del pillastre Urdargarín y
el resto de sucesos amoroso-cinegéticos-traumatológicos, las encuestas del CIS
(Centro de Investigaciones Sociológicas) revelaban un descenso progresivo de la
popularidad de la familia Borbón entre los españoles. Ciertos episodios, ya
repetidos, se olvidan y pasan. Las cuestiones relevantes permanecen.Quienes se han apresurado a buscar encajes, explicaciones y arreglos a lo que, con el texto del Real Decreto de Precedencias en la mano, está fuera de duda, quizá debieran replegar velas cuando el propio autor material de la norma deja claro que no cabe otra interpretación que la que nidiamente se establece en la misma. Digo yo que él sabrá lo que quería decir cuando lo escribió.
Por otro lado, aunque yo insisto
que Letizia Ortiz Rocasolano no es nada (ella misma lo dijo en unas declaraciones
a la revista Vanity Fair), y que aunque se la llame Princesa de Asturias, el
hecho recibir el mismo tratamiento y honores no implica poseer la misma
condición, ya que no es heredera de nada, ni ha jurado la Constitución, ni
puede asumir funciones institucionales por si sola (otra cosa es que lo haga en
esta monarquía sui géneris que tenemos y que no respeta las reglas de sus
mayores) ni puede existir más que un príncipe de Asturias, heredero de la
corona, el mismo embajador Martínez Correcher no estuvo de acuerdo conmigo en
esta apreciación, en cuanto mantengo que la forma correcta de referirse a ella
debería ser siempre (lo mismo que a su concuñado el procesable Urdargarín), “consorte
de”.
Según el embajador –si bien no
desmonta mis argumentos jurídicos- se le puede llamar Princesa de Asturias sin
más conforme las vigentes normas de tratamientos de la familia real. Por economía
verbal, sin duda. Pero el ilustre
diplomático no nos aclaró por qué. ¿Y con
el resto de los títulos, qué?
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